lunes, 6 de diciembre de 2010

Ética kantiana

ÉTICA Kant sostiene que no es posible pensar en algo bueno sin restricciones, salvo una buena voluntad. Ella no es buena ni por lo que realiza ni por la búsqueda de un fin, por loable que éste pudiera ser. Es buena en sí misma. “Considerada por sí misma, es, sin comparación, muchísimo más valiosa que todo lo que por medio de ella pudiéramos verificar en provecho” (Kant, Fundamentación). Este concepto de la voluntad buena debe ser obtenido por medio de la razón y supone buscar una voluntad que sea buena en sí misma, no como medio ni con finalidades ulteriores. El concepto de una voluntad buena es posible gracias al concepto del deber. El valor moral estriba en hacer el bien no por inclinación al deber, sino por deber. Cuando una acción se realiza conforme al deber, pero por inclinación a éste y no por el deber mismo, según Kant carece de valor moral, es inmoral. Kant pone como ejemplo un individuo para el cual la vida ha perdido todo atractivo. Si este individuo conserva su vida por miedo a la muerte o por una inclinación a cumplir con el deber, la suya no es una decisión moral. Sólo lo sería si conservara su vida “por el deber.” Kant sostiene “el deber es la necesidad de una acción por respeto a la ley”. Sólo por la ley puedo tener respeto, nunca por una inclinación, por tanto la moralidad esta en la acción por respeto a la ley. Ahora bien, sólo los seres racionales actúan por respeto a la ley (por principios). Tal actuar de acuerdo con las leyes implica una voluntad y como para que se pueda derivar las acciones de las leyes se necesita razón, “resulta que la voluntad no es otra cosa que la razón practica” (Kant). Ahora bien, hay principios que pueden restringir esta voluntad, estos son mandatos (siempre en el ámbito de la razón) y Kant los llama imperativos. Estos imperativos se expresan por medio de un “deber ser”. Kant comparte el análisis de Hume respecto de que el deber ser (proposiciones que expresen obligación) no puede ser deducido del ser (proposiciones meramente fácticas). Por ello, Kant hace emanar el deber ser (esto es, el imperativo categórico) de la razón pura práctica. Los imperativos mandan hipotéticamente o categóricamente. En el primer caso, ellos mandan la acción para lograr ciertas consecuencias. Tales imperativos son buenos en función del fin, de lo que se busca a través de ellos. Son buenos sólo en sentido limitado. El imperativo categórico por contraste manda una acción que es por sí misma necesaria o debida. Sin referencia a ningún otro fin, ni intención ulterior alguna. El imperativo categórico manda una acción sin que ésta sea condición de ninguna otra. Al mandar una acción que es buena por sí misma el imperativo categórico puede ser llamado de la moralidad. Este juicio es a priori, pero aún no puede ser llamado sintético &n bsp; Kant expresa el imperativo categórico de distintas maneras. Según una de ellas: “Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal”. A su vez, el imperativo práctico, es decir el de la voluntad, lo expresa en los siguientes términos: “obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro siempre como un fin al mismo tiempo y nunca como un medio”. Según Kant, si hay algo que posea un valor absoluto en sí mismo y que sirva de fundamento a la ley y a un posible imperativo categórico, es el hombre y en general todo ser racional. Todo ser racional es un fin en sí mismo. De esta forma podemos enlazar los dos formulas del imperativo. Si la ley es pura y racional y ha sido obtenida por la razón ésta debe valer para todos los seres racionales, de ahí su pretensión de universalidad. Y, por otra parte, si los seres racionales somos fines en sí mismos, como explícitamente Kant declara que lo somos, entonces el trato moralmente obligado de la humanidad siempre debe considerarlos como tales. Tenemos entonces, que la voluntad de todo ser racional es una voluntad universalmente legisladora. Si actuamos moralmente en términos Kantianos, nuestro actuar es ley tanto para nosotros mismos como para el resto de la humanidad. El principio por el cual la legislación propia obliga es el de la “autonomía de la voluntad”. Esta autonomía es el fundamento de la dignidad de todo ser racional. La autonomía de la voluntad es elegir de tal manera que las máximas de la acción sean consideradas como leyes con valor universal. Ahora bien, para alcanzar el carácter de sintético a priori, es necesario incluir la idea de libertad como la explicación de la autonomía de la voluntad. Kant presupone la libertad en todos los seres racionales. Un ser racional es, por lo mismo, libre; es decir, tiene voluntad. Pero subsiste la pregunta de por qué todo ser racional es libre. Kant sostiene que los hombres pertenecen tanto a un mundo sensible, como a un mundo intelectual (inteligencia). El mundo intelectual está completamente desligado de los fenómenos que conocemos por la experiencia. Es incondicionado y libre de influencia externa. Por tanto, todo ser racional debe pensar la causalidad de su voluntad basándose en la libertad. Perteneciendo al mundo inteligible la razón es libre.

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